miércoles, 22 de octubre de 2014

jueves 23 Octubre 2014 : Commentary San Ambrosio

“He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” El Señor quiere que seamos vigilantes, esperando de un momento a otro la venida del Salvador... Pero como el provecho es poco y débil el mérito cuando es el temor al suplicio lo que nos aparta del camino errado, porque el amor tiene un valor superior, por esto el Señor mismo.....inflama nuestro deseo de Dios cuando dice: “He venido a prender fuego en el mundo “. Desde luego no un fuego que destruye, sino aquel que genera una voluntad dispuesta, aquel que purifica los vasos de oro de la casa del Señor, consumiendo la paja (1 Cor 13,12ss) limpiando toda ganga del mundo, acumulada por el gusto de los placeres mundanos, obra de la carne que tiene que perecer. Este fuego es el que quema los huesos de los profetas, como lo declara Jeremías: “Era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos.” (Jr 20,9) Pues hay un fuego del Señor del que se dice: “delante de él avanza fuego” (Sl 96,3) El Señor mismo es como un fuego “la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.” (Ex 3,2) El fuego del Señor es luz eterna; en este fuego se encienden las lámparas de los fieles: “Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas” (Lc 12,35) Porque los días de esta vida todavía son noche oscura y es necesaria la lámpara. Este fuego es el que, según el testimonio de los discípulos de Emaús, encendió el mismo Señor en sus corazones: “No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32) Los discípulos nos enseñan con claridad cómo actúa este fuego que ilumina el fondo del corazón humano. De ahí que el Señor llegará con fuego (cf Is 66,15) para consumir los vicios en el momento de la resurrección, colmar con su presencia el deseo de todo hombre y proyectar su luz sobre los méritos y misterios.



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