miércoles, 28 de septiembre de 2016

jueves 29 Septiembre 2016 : Commentary Simeón el Nuevo Teólogo

Te doy gracias, porque me has concedido vivir, conocerte y adorarte, Dios mío. Porque « la vida es que te conozcan a ti, único Dios verdadero» (Jn 17,3), creador y autor de todo, no engendrado, no creado, sin principio, único, y a tu Hijo, engendrado de ti, y al Espíritu santísimo, que procede de ti, la trino-unidad digna de toda alabanza... ¿Qué hay donde residen los ángeles, los arcángeles, las soberanías, los querubines y los serafines y todos los demás ejércitos celestiales, como la gloria o como la luz de inmortalidad, qué gozo, qué esplendor de vida inmaterial, sino la única luz de la Santa Trinidad?... Cítame un ser incorpóreo o corpóreo y verás que es Dios quien lo ha hecho todo. Si se te habla de un ser cualquiera, sea del cielo, sea de la tierra o de los abismos, también para ellos, para todos, no hay más que una vida, una gloria, un deseo y un reino, una única riqueza, gozo, corona, victoria, paz, o cualquier otro resplandor: el conocimiento del Principio y de la Causa de donde viene todo, de donde ha nacido. Allí está el que mantiene las cosas de arriba y las cosas de abajo, allí está el que pone orden a todos los seres espirituales, allí está el que reina sobre todos los seres visibles... Han crecido en conocimiento y redoblado en temor viendo caer a Satán y sus compañeros llevados de la presunción. Los que han caído han olvidado todo esto, esclavos de su orgullo; mientras que todos los que han conservado el conocimiento, levantados por el temor y el amor, se han unido a su Señor. Así el reconocimiento de su señorío producía también el crecimiento en el amor porque veían mejor y más claramente el resplandor fulgurante de la Trinidad.

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