Con motivo del próximo Sínodo sobre los Jóvenes del siglo XXI deseo, ante todo, tratar de hacerme cargo de quiénes son, cómo viven, qué posibilidades hay en ellos y ellas de acceso a la experiencia religiosa. Más todavía, intento reflexionar sobre ese fenómeno -que a tantos desalienta- de las aparentemente pocas posibilidades de que la juventud siga de forma coherente el camino del Evangelio y más específicamente el camino de la vida consagrada o de la vida ministerial-sacerdotal, como su propio camino vocacional. Hay quienes se alarman ante el despego que no pocos jóvenes de nuestro tiempo muestran hacia la religión, hacia la iglesia, sus instituciones y su moral.
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