lunes, 29 de abril de 2019

martes 30 Abril 2019 : Commentary Santa Teresa Benedicta de la Cruz

Mi Señor y mi Dios, me has conducido por un camino oscuro, pedregoso y duro. A menudo, mis fuerzas parecían querer abandonarme, ya casi no esperaba ver un día la luz. Mi corazón se iba petrificando en un sufrimiento profundo, cuando la claridad de una dulce estrella se levantó a mis ojos. Fielmente me guió y yo la seguí con paso tímido primero y más seguro después. Finalmente llegué delante de la puerta de la Iglesia. Ella se abrió. Pedí entrar. Tu bendición me recibe por las palabras de tu sacerdote. En el interior unas estrellas se suceden, unas estrellas de flores rojas que me indican el camino hasta ti… Y tu bondad permite que iluminen mi camino hacia ti. El misterio que debía guardar escondido en lo profundo de mi corazón, puedo desde entonces proclamarlo en voz alta: ¡Creo, confieso mi fe! El sacerdote me conduce hasta las gradas del altar, inclino la frente, el agua santa corre sobre mi cabeza. Señor ¿es posible que alguien pueda renacer cuando ya ha transcurrido la mitad de su vida? (Jn 3,4). Tú lo has dicho y para mí se ha hecho realidad. El peso de las faltas y las penas de mi larga vida me han dejado. ¡De pie, he recibido el manto blanco colocado sobre mi espalda, símbolo luminoso de la pureza! Llevé en mi mano el cirio cuya llama anuncia que arde tu vida santa en mí. Mi corazón desde entonces se convirtió en el pesebre que espera tu presencia. ¡Por poco tiempo! María, tu madre, que es también la mía, me ha dado su nombre. A medianoche deja en mi corazón su hijo recién nacido. ¡Oh! Ningún corazón humano puede concebir lo que tú preparas a los que te aman (1Cor 2,9). Tú eres mío desde ahora y ya nunca más te dejaré. Dondequiera que vaya la ruta de mi vida, tú estás conmigo. Nada podrá separarme jamás de tu amor (Rom 8,39).

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