jueves, 13 de junio de 2019

viernes 14 Junio 2019 : Commentary San Ireneo de Lyon

     La Ley fue promulgada primeramente para esclavos, a fin de educar al alma a través de las cosas exteriores y corporales, conduciéndola, en cierta manera, como con una cadena hacia la docilidad a los mandamientos, para que el hombre aprendiera a obedecer a Dios. Pero el Verbo de Dios liberó al alma; le enseño, de manera voluntaria,  a purificar libremente también el cuerpo. Desde entonces era necesario hacer saltar las cadenas de la servidumbre gracias a las cuales el hombre se había podido formar y en adelante sirviera a Dios sin cadenas. Pero al mismo tiempo que se comprendían los preceptos de la libertad, era preciso reforzar la sumisión al Rey, para que nadie no se hiciera atrás y se mostrara indigno de su Libertador... Por eso el Señor nos dio por contraseña, en lugar de no cometer adulterio, incluso no codiciar; en lugar de no matar, ni tan sólo ponernos coléricos; en lugar de simplemente pagar el diezmo, distribuir todos los bienes a los pobres; amar no solamente a nuestros prójimos, sino también a nuestros enemigos; no tan sólo ser «generosos y prontos a compartir» (1Tm 6,18), sino más aún, dar gratuitamente nuestros bienes a los que nos los quitan... Nuestro Señor, pues, la Palabra de Dios, primero comprometió a los hombres a una servidumbre para con Dios y después liberó a los que le estaban sometidos. Como él mismo lo dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15)... Haciendo de sus discípulos los amigos de Dios, nos muestra claramente que él es el Verbo, la Palabra de Dios. Porque es por haber seguido su llamada  espontáneamente y sin cadenas, en la generosidad de su fe, que Abraham llegó a ser «amigo de Dios» (St 2,23; Is 41,8).

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